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Reseña sobre el Tarantismo:
El Tarantismo es un fenómeno cultural que data de la edad media. Fenómeno que se refiere a la aplicación de la música para tratar alteraciones psíquicas causadas por una supuesta picadura de araña. Hecho cultural que se centra principalmente en Apulia (sur de Italia).

El título del libro de Ernesto de Martino en el cual se apoya mi ensayo es “La tierra del remordimiento”. Para su trabajo, el autor se nutre del material obtenido durante las diversas exploraciones realizadas en la zona de Apulia y de la documentación histórica.

De Martino concibe el Tarantismo como un instrumento cultural ante los problemas existenciales de los individuos pertenecientes a esa cultura (yo no lo concibo como un instrumento sino como un fenómeno cultural, porque no estoy de acuerdo con el funcionalismo cultural.

Por supuesto que el autor no piensa que el Tarantismo sea consecuencia de la picadura de una araña (aunque tal leyenda seguramente posibilitó la emergencia de dicho fenómeno cultural). Para De Martino, éste hecho cultural debe entenderse como instrumento cultural que actúa simbólicamente en los momentos críticos de un trastorno psíquico que conduce a un estado neurótico.

De Martino explica que la terapia se apoya en la plena identificación del tarantulado con la araña: el tarantulado baila su danza de pequeña araña (la tarantela) como víctima poseída por la bestia y como héroe que amansa a la bestia por medio de la música. En la primera fase del baile, el tarantulado realiza movimientos que imitan los del animal y entre muchas cintas de colores elige la adecuada, la que se identifica con el color de su tarántula. Llega después la fase de lucha y de superación de la crisis interior derrotando a la araña, para matar o pisotear la tarántula hay que imitar la danza de la pequeña araña -la tarantela-. Hay que bailar a la vez que la araña; es más, uno mismo ha de convertirse en la araña que baila, hay que identificarse con ella por completo. Pero al mismo tiempo es necesario percibir el momento culminante en el que se le da a la danza de la araña el ritmo apropiado, se obliga a la araña a que baile hasta desfallecer, se la obliga a huir del pie que la persigue, se aplasta y pisotea con el pie que marca bruscamente el ritmo de la tarantela (De Martino, 1971, p.81).

Este ensayo fue un trabajo para mi licenciatura de antropología. En él pongo de relieve que nuestro mundo emocional busca su plasmación cultural y, a su vez, el mundo cultural despierta o genera emociones. Dicho de otro modo, el entorno socio-cultural nos brinda explicaciones para dar sentido al malestar psíquico y a las exacerbaciones emocionales. También destaco como, en todo tiempo y en toda cultura, el sufrimiento psíquico resulta ser difícil pensarlo en forma de conflicto o desavenencia interpersonal (o por lo menos es lo que ocurre a menudo, ver mi artículo “La construcción social de la enfermedad mental”).

EL ENSAYO

Después de leer el libro destaco dos ideas de interés para mí y, creo que también, para la antropología. La primera la puedo denominar “tarantismo y enfermedad”, la segunda “la autonomía simbólica del tarantismo”. Me refiero que todo lo que aporta el libro he intentado utilizarlo para desarrollar ambas ideas.

Estoy convencido que el tarantismo es un fenómeno histórico-cultural. Como cualquier hecho cultural es independiente de una posible funcionalidad de origen. Mejor dicho, el tarantismo nunca tuvo una función curativa, pero se origina a partir de los efectos cenestésicos y psíquicos que se manifiestan tras la picadura de un insecto, identificado en su momento como tarántula, unos efectos que serán tomados de modelo para dar sentido a la conciencia de algún tipo de alteración psíquica, según los autores referido a malestar psíquico de naturaleza neurótica (cuya etiología es social). Para mí, en el caso del tarantismo, la alteración psíquica la concibo dimensional, donde puede tener lugar la inquietud, la desazón, la exaltación emocional y también el conflicto psíquico, aunque lo que impulsa a sentirse atarantado no necesariamente debe concebirse como conflicto psíquico.

En un primer momento el sufrimiento por un conflicto psíquico pudo tener efectos parecidos a los causados por la picadura de un arácnido, lo que lleva a asociar malestar psíquico con picadura de insecto; con el tiempo, los efectos provenientes de una alteración emocional son identificados con haber sido picados o mordidos. A partir de ahí la mordedura de la tarántula cobra autonomía simbólica. Los que profesan la ideología del tarantismo no reconocen el malestar psíquico, es decir, no utilizan el concepto “psicológico” (me refiero a que, aunque el termino sea conocido, carece de significado cultural). Así, en nuestro entorno socio-cultural actual, cualquier sensación de nerviosismo o desanimo es pensada como un efecto psicológico, si el padecimiento se agrava consideraremos oportuno acudir al psicólogo o psiquiatra, incluso hoy en día el sufrimiento psíquico es difícil pensarlo en forma de conflicto o desavenencia interpersonal, el sujeto se limita a reconocer que padece un malestar que lo llamará psicológico y buscará que se ajuste a algún trastorno que en muchos casos resulta ser una burda etiqueta con la que dar sentido cultural a nuestra experiencia de sufrimiento, alteración o inquietud. Los atarantados sufren o han sufrido el malestar derivado de los conflictos sociales, un sufrimiento que encuentra su sentido a través del modelo del tarantismo.

Para ampliar mi discurso me guiaré a través de los capítulos del libro de donde destacaré las ideas relevantes que me ayudarán en mis reflexiones:

– Del capítulo I, Tarantismo y enfermedad:

“La autonomía simbólica del tarantismo y su irreductibilidad al latrodectismo (alteraciones a consecuencia de la picadura de la araña), queda atestiguada por las inmunidades locales, la repetición estacional y en fechas fijas, el predominio aplastante de la participación femenina, cierta distribución familiar de los atarantados y la edad preferente de la primera picadura”. Estos son indicios suficientes para descartar cualquier categoría psicopatológica o enfermedad física, no hay enfermedad psíquica ni física que reúna tales características. Algunos trastornos mentales presentan alguna de estas características, pensemos, por ejemplo, en los trastornos alimentarios -anorexia y bulimia- que presentan predominio de la participación femenina, pensemos en los trastornos que sirven de modelo para otros miembros de la familia, es decir que revisten una cierta distribución familiar, pero ninguna de tales categorias presenta las cinco características antes mencionadas, ni tampoco lo haría el toxico de ningún insecto.

El modelo del envenenado, con sus múltiples valores simbólicos, con su agente mítico configurado como tarántula, pudo copiarse históricamente de episodios reales, no solo de latrodectismo, sino también de insolación, ambos fundidos y plasmados en una elaboración cultural común. No importa que hechos reales generaron el símbolo, ahora que el tarantismo ha cobrado autonomía simbólica, lo relevante es saber que sensaciones, experiencias o vivencias son representadas por dicho símbolo para los habitantes inmersos en la cultura del tarantismo.

“La crisis neurótica podía aparecer vinculada a un episodio real de latrodectismo o de otras enfermedades orgánicas, pero lo que constituía el tarantismo era la autonomía de su símbolo, que liberaba unos conflictos psíquicos sin resolver y latentes en el inconsciente”. Liberaba o canalizaba unos conflictos psíquicos dándoles un sentido. A tenor de los relatos de nuestros atarantados es fácil pensar que sufrían de conflictos psíquicos, pero la naturaleza neurótica es dimensional, no significa que la supuesta neurosis se viva en forma de trastorno. Se les debería preguntar a ellos como viven el sentirse atarantados. Algunos podían atribuirlos a estar enfermos, para otros la vivencia sería religiosa y otros, simplemente, se sentirían atarantados. Al decir que la neurosis es dimensional me refiero que no necesitamos sufrir malestar para sentirnos impulsados a realizar o emprender un comportamiento, o sea que no sería necesario una crisis para que el apuliano (originario de la zona de Italia donde predomina la cultura del tarantismo) se sintiese atarantado, porque la forma cultural del tarantismo le facilita creerse atarantado. El atarantado, a veces, pensará en resolver los efectos recurrentes de la supuesta primera picadura y otras, simplemente, se sentirá atarantado.

– Del 2º capitulo “La autonomía simbólica del tarantismo”:

“En este horizonte la tarántula, la picadura y el veneno entablan una serie de relaciones entre sí y con otras determinaciones, hasta formar un cuadro que posee su propia coherencia”. Es decir, el mito se ha construido con elementos del entorno físico, pero sin que guarden entre ellos una relación real, sino solo mítica. Los efectos de la picadura de la araña “Latrodectus” son el modelo de la crisis en el tarantismo, pero dicha araña no es la araña con la que se ha construido la imagen mítica de la tarántula. Lo mismo ocurre en los sueños nocturnos, una serie de elementos cotidianos establecen una interrelación mítica, a la vez que cada uno de dichos elementos guarda su propio simbolismo.

“La plasmación cultural que efectúa en las personas el símbolo mítico-ritual del tarantismo, el modelado profundo que realiza no sólo en la orientación de los pensamientos y los afectos, sino también en el propio orden psicosomático, se ponen claramente de manifiesto en el uso especial de un vocablo común en los dialectos salentinos, el verbo “scazzicare”. Vocablo que indica el impulso a realizar el ritual del tarantismo; el sujeto que siente dicho impulso queda condicionado a todos los elementos que conforman el sistema del ritual-mítico del tarantismo, se siente o considera atarantado, y cada atarantado matiza o individualiza cada uno de dichos elementos; así, cada atarantado será afectado o tendrá preferencia por un color, una melodía, un comportamiento coreográfico o por otro elemento en especial, pero la variabilidad de cada uno de los elementos se mantiene dentro del sistema del tarantismo. La pregunta inevitable que me formulo es, ¿qué genera el mencionado impulso que lleva a estas personas a sentirse atarantadas?

“El caso de María de Nardó (sujeto atarantada objeto de estudio antropológico) puso de relieve que el tarantismo constituía un dispositivo simbólico mediante el cual un contenido psíquico conflictivo que no había hallado solución en el plano de la conciencia, y obraba en la oscuridad del inconsciente con el riesgo de manifestarse como símbolo neurótico, era evocado y configurado en el plano mítico-ritual, y en dicho plano se hacía discurrir y se realizaba periódicamente, aligerando los periodos interceremoniales del peso de sus hostigamientos y proporcionando un relativo equilibrio psíquico durante esos periodos”. Esta es la respuesta que dan los autores o el equipo a la pregunta que me he formulado más arriba. La respuesta contiene un discurso coherente, pero a mí este discurso me suscita dudas, preguntas y objeciones. Tal vez el ritual del exorcismo aligere el peso de sus hostigamientos, pero no significa que en los periodos interceremoniales Maria se viese libre de los efectos de su sufrimiento, no hay modo de saber si sus conflictos psíquicos son de tal gravedad que si no fuese por el ritual del exorcismo Maria llegaría a padecer un malestar exacerbado, tampoco podemos asegurar que la mayor o menor gravedad sea relevante para impulsar al sujeto a sumirse en el tarantismo. Maria esta atarantada no sólo porque fuerzas interiores le empujen a ello, sino también porque en su entorno socio-cultural existe el tarantismo. Dichas fuerzas interiores no deben reducirse a ninguno de nuestros trastornos psicopatológicos.

Al poco tiempo de empezar a leer “La tierra del remordimiento”, mi primera interpretación sobre la crisis del tarantismo la plantee del siguiente modo: la crisis sobreviene al irrumpir una idea culpógena en el inconsciente del sujeto, crisis que se experimenta como estar atarantado. La culpa busca infligir castigo a quien la padece, castigo experimentado en forma de malestar físico o psíquico y de comportamientos autodestructivos, para redimir la culpa el sujeto se ve compelido a seguir un tipo de comportamiento o realizar conductas concretas con la esperanza inconsciente de recibir el perdón, perdón que nunca llega, y de nuevo aparece el sufrimiento a la vez que los intentos para librarse de dicho sufrimiento a través de las conductas redentoras; así son los ciclos de la culpa, ciclos interminables que en los casos graves se tornan en lo que entendemos como “trastornos psíquicos” (el sufrimiento, la conducta autodestructiva y los intentos redentores son los síntomas y signos del trastorno). Siguiendo este discurso, el ritual del tarantismo sería el comportamiento redentor del tarantado, el cual le permitiría alivio en los episodios interceremoniales. En realidad, la mencionada interpretación esta generada por mi deformación profesional. La etnografía no nos aporta suficientes datos para una definitiva explicación del fenómeno del tarantismo, mejor dicho, no hay datos que puedan explicar los impulsos o si hay un tipo especifico de conflicto psíquico que determinen la crisis del tarantismo. La desazón y la inquietud están en la base de muchos fenómenos culturales, pensemos en el fervor religioso, ¿qué exacerba el sentimiento religioso?, dicho sentimiento no sólo lo alienta la inquietud espiritual, sino que muchas veces subyacen conflictos psíquicos (o neuróticos).

Se podría decir que nuestro mundo emocional busca su plasmación cultural, y a su vez el mundo cultural despierta o genera las emociones.

– Capítulo 3, “El símbolo inoperante”:

“Lo que estaba claro era que Michele (individuo atarantado objeto de estudio antropológico) había intentado liberar sus conflictos utilizando el simbolismo mítico-ritual del tarantismo, con la ayuda de la fuerte presión de su familia y sus vecinos. Pero la operación no había salido bien por razones que no éramos capaces de descubrir”. Lo que estaba claro es que el impulso agresivo hacia el hermano quedó bloqueado o, lo que es peor, generó un sentimiento de culpa, a raíz de lo cual se hundió en estado depresivo (esto no deja de ser una interpretación, pero para mi es más acertada que la emitida por los autores del libro). El caso de Michele no presenta un caso de inoperancia del ritual, sino demuestra que los atarantados no deben entrar en la categoría de trastornados mentales. Michele se sintió deprimido, y automáticamente se ubica en la categoría de atarantado porque es lo que su entorno socio-cultural le brinda para dar sentido a su malestar psíquico, un malestar que no es desazón o exacerbación emocional, sino un estado que reviste los signos psicopatológicos. Entre los atarantados podríamos encontrar todo tipo de personas- dentro del mismo medio cultural- incluyendo los que presentan signos psicopatológicos descritos en nuestros trastornos mentales. Si Michele padecía un trastorno psicológico tal como se entiende en nuestra sociedad, es de esperar que el ritual pudiese resultar inoperante.

Un extracto del informe médico de Michele: “Algunos datos obtenidos de la conversación sujeto, así como del Rorschach y los relatos de sus familiares, siembran la duda de que el estado disociativo presentado por este caso haya que atribuirlo a un proceso esquizofrénico, más que a histeria”. Como he mencionado antes, Michele podría padecer cualquier trastorno psíquico, estado patógeno objetivo, extrapolable a otros contextos socio-culturales. El estado disociativo no es un síntoma de enfermedad si ocurre en el proceso de un ritual mítico religioso en el que participan distintos miembros de una misma cultura. Llegados a este punto es importante revisar el concepto de enfermedad o trastorno mental, será trastorno todo aquel estado mental que discapacita el desarrollo de la vida cotidiana, siendo el deterioro social el criterio primordial a la hora de detectar dicha discapacidad. El atarantado no se aísla, no evita el contacto social; no se siente extraño en su entorno socio-cultural, sino totalmente integrado.

Para un observador extraño a la sociedad apuliense, en el tarantismo sólo se perciben conductas anómalas, propias de sujetos trastornados y enfermos, conductas tales como: los estados disociativos o de trance, los delirios (segundarios), las fabulaciones relativas a la tarántula, los condicionamientos o la poderosa atracción que ejercen los distintos elementos simbólicos del ritual (simbolismo coreico-musical, simbolismo cromático…). Como vengo diciendo, ninguna de estas conductas son manifestaciones patológicas, sino manifestaciones propias de un rito cultural, donde la exacerbación de las emociones y la fascinación de la situación facilitan el estado disociativo. Hay que pararse a pensar que dicho estado no es anterior al ritual, sino que toda la conducta “anómala” ocurre durante la práctica del ritual.

El estado disociativo se considera trastorno cuando a la vez que se mantiene como un mecanismo de defensa se constituye en síntoma, esto es, provoca malestar y deteriora la vida. En el atarantado, el trance no es un mecanismo de defensa sino producto de la exaltación emocional, producto de un estado de trascendencia. En el estado de trance del ritual se observan los mismos signos que en el trastorno por conversión histérica, pero, como acabo de señalar, por causas distintas.

Los autores realizan el trabajo de campo en un contexto histórico en que el discurso psicoanalítico ortodoxo es el preponderante (no sé si puedo decir que esto conlleva una visión funcionalista de la antropología), un discurso que reducía la explicación de la conducta humana a la condición neurótica del sujeto objeto de estudio. La neurosis dirige en mayor o menor medida nuestro comportamiento, pero la naturaleza neurótica no es estática sino condicionada a las relaciones interpersonales y al contexto socio-cultural. El discurso del psicoanálisis tradicional describe la conducta humana dirigida por los instintos que bregan por salir entre un mar de obstáculos, o dicho de otro modo, la conducta quedaría condicionada por la necesidad de los instintos a manifestarse. Pero hay a una necesidad mayor en el ser humano, la expresión cultural. Como seres vivos, los humanos tenemos necesidades biológicas, pero como seres humanos tenemos necesidades culturales.

El Tarantismo es una expresión cultural, que tal vez entre dentro de la categoría de expresión religiosa. Su arqueología nos informa que data desde la edad media, con ramificaciones en distintas partes de la cuenca mediterránea. Los autores se preguntaban cómo pudo sobrevivir la práctica del tarantismo en una zona tan reducida. Yo contestaría que se debe al poder de las creencias. El tarantismo es una muestra más de expresión cultural mágico-religiosa o de trascendencia, expresiones sustentadas por una creencia o creencias.

En todas las expresiones culturales mágico -religiosa encontramos, al igual que en el tarantismo, rituales- lo que implica una práctica sancionada por la comunidad del sujeto que realiza dicho ritual-, mitos, creencias y elementos con carga simbólica acompañando el escenario del ritual. Por qué el tarantismo debería ser un fenómeno diferente o especial. Tal vez sea la espectacularidad del trance de los atarantados lo que lleva a considerar el tarantismo como una práctica mágico-religiosa diferente con categoría propia.

El trance de los atarantados es un estado hipnótico en un grado profundo o sonambulismo (en la mayoría de ellos, no en todos los casos). El estado hipnótico es dimensional, se sitúa entre el ensimismamiento y el sonambulismo, y la disociación es su característica principal. Para inducir un estado hipnótico con fines terapéuticos, es preciso, primero, raptar la atención del paciente, y luego provocar un progresivo aumento de la disociación; precisamente, el mejor modo de raptar la atención de alguien es a través del contexto, o sea, cambiarle el significado de la situación en la que se encuentra. Los atarantados ya tienen incorporado el “tarantismo”, la cultura del tarantismo, la creencia del tarantismo; inician el ritual con la expectativa del tarantismo, y una expectativa construye un contexto acorde con las ideas contenidas en dicha expectativa. Los elementos que conforman el ritual potencian el significado del contexto del tarantismo, las acompañantes, la música, el baile, los colores, la capilla, San pablo…

El tarantismo es un dato etnográfico, nos muestra la gran diversidad de hechos culturales relativos a las creencias; pero me pregunto si puede existir cultura sin creencia. Vivimos en una cultura, o somos cultura; aunque la cultura sea dinámica, en un preciso momento creemos en un discurso u otro, luego en todo momento vivimos repletos de creencias. Es una falacia la pretendida cultura racional-científica; sería un buen objeto de estudio averiguar la gran cantidad de creencias que se camuflan o solapan bajo la supuesta racionalidad-científica.

 

JOSE CANO

Soy psicólogo clínico, psicoterapeuta e hipnoterapeuta. Desde hace 27 años, trato los problemas psicológicos de los adultos. Mi orientación psicoterapeuta es ecléctica, aunque soy especialista en “Psicoterapia Dinámica Breve” (enfoque fundamental para entender y tratar los trastornos emocionales) y soy miembro de la “Sociedad Hipnológica Científica”.

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