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Siempre busco que las palabras correspondan a conceptos operativos, esto es, que tengan utilidad real, que se adapten a los distintos contextos de nuestra vida. Y en el término estrés nunca encontré esa operatividad, por lo menos no en su significado en el que habitualmente se usa. La palabra estrés se suele usar para cualquier situación en la que nos alteramos o tensionamos, así, si dicha palabra la aplicamos sin precisión pierde su operatividad conceptual.

Por un lado, está la idea sobre estrés más común que es la que indica tensión, agobio, disgusto o ansiedad en cualquier contexto social; esas son las situaciones en las que considero que no corresponde aplicar el término “estrés”. Por otro lado, están las circunstancias donde unos factores ambientales exigen un esfuerzo especial por parte del organismo para mantener la homeostasis, aquí sí que es apropiado utilizar la idea y el término “estrés”. Para explicar porqué no es apropiado la idea de “estrés” en su sentido más comúnmente utilizado, empiezo haciendo comentarios sobre la visión de “estrés” que comparte el gran público y resalto la falta de precisión de dicho concepto.

La idea de estrés suele quedar reservada para cuando afrontamos situaciones en las que las emociones suscitadas pueden o consiguen perjudicarnos fisiológicamente. Dicho de otro modo, las reacciones emocionales ante cualquier situación que nos lleva a infundir miedo, disgusto o contrariedad de modo constante, lo cual genera cambios fisiológicos en el organismo que pueden dañar distintos órganos corporales.

Pero hay que puntualizar que toda conducta va acompañada de una emoción u otra, en sí, las emociones no nos perjudican. El miedo y la ira son reacciones ante un peligro (real o supuesto), luego son emociones necesarias, protectoras. El problema estriba en no saber que sentimos tales emociones o en no saber porque las sentimos, ya que ello nos impide afrontarnos a los peligros indicados por dichas emociones. Estas emociones que no son controladas ni canalizadas pueden generar cambios fisiológicos perjudiciales.

Cuando observamos el comportamiento de alguien que nos suscita la idea de estrés es porque le vemos actuar con celeridad; pero las prisas no son determinantes del estrés, pueden ser consecuencia, pero no causa. El estrés tiene que ver con la emoción que acompaña o dirige nuestra conducta.

Todos tenemos en mente al ejecutivo como figura representativa del estrés. Si nos preguntamos por qué, seguramente casi todo el mundo coincidirá en que el ejecutivo es una persona autoexigente, siempre ocupada con su trabajo y en procurar no perder el tiempo. Estas características en sí no son perjudiciales, el problema es que casi siempre van acompañadas de preocupación, miedo e irritabilidad. La preocupación o el miedo es lo que se encarga de que uno se vuelva autoexigente, de que uno se dedique exclusivamente a controlar su trabajo o a aquello que le preocupa.

En el estrés (siguiendo con el concepto de estrés más generalizado) el máximo problema es la dificultad en percatarse de que nuestra conducta esta guiada por algún tipo de temor. Poca gente llega a darse cuenta que los trastornos psicosomáticos que sufren son consecuencia de un evento o situación estresante. Nos habituamos a las situaciones de estrés y las normalizamos; así, de ese modo, las distintas afecciones psicosomáticas que se manifiestan en los órganos del cuerpo como consecuencia del estrés (en realidad de los temores o miedos), las asumimos como enfermedades médicas. No quiero adentrarme en el tema de la enfermedad psicosomática que correspondería a otro artículo, solo añadir que todas las disciplinas relacionadas de algún modo con la salud relacionan estrés con enfermedad psicosomática.

Pero ahora se precisa poner de relieve algo importante y es que los estados de tensión, agobio, angustia, ansiedad, miedo y contrariedad conducen tanto a provocar trastornos somáticos como psíquicos, es decir, ante un momento de estrés (donde pueden despertarse cualquiera de estas emociones: angustia, miedo, disgusto, contrariedad…) puedes sufrir un colon irritable, una subida de tensión arterial o de glucosa…, pero también puede resultar en un estado de depresión o ansiedad, o sea, cualquier trastorno psicológico puede acompañar o ser concomitante a cualquier enfermedad psicosomática.

Me puedes argumentar que para la medicina las consecuencias del estrés son tanto los trastornos fisiológicos como mentales. En efecto, para los acontecimientos como son los sustos o miedos repentinos, los accidentes o las catástrofes, o sea, al enfrentarnos a condiciones de vida adversas, a modificaciones inhabituales de nuestro entorno o anormalmente intensas, estoy de acuerdo que se deben denominar episodios o situaciones de estrés y, por lo tanto, nuestro organismo en su totalidad se resentirá porque tal vez no haya que distinguir entre lo físico y lo mental.

Pero para qué sirve emplear la idea de estrés en los distintos contextos sociales, en las relaciones interpersonales o en ámbito del trabajo; cuando lo haces corres el riesgo de enmascarar las ideas inconscientes que infunden, suscitan, provocan o despiertan, temor, miedo, angustia, disgusto, irritabilidad, contrariedad…

La persona autoexigente que trabaja sin descanso, aquella que sufre tensión en situaciones que considera que son normales, y que por lo tanto no tiene más remedio que aguantar; esas personas necesitan averiguar las ideas que les impiden afrontar tales situaciones de malestar.

Muchas personas sufren malestar físico y mental sin ser conscientes de sus miedos y contrariedades. Por eso, si aceptas que te sientes agobiado, tenso o angustiado, estás dando un pequeño paso hacia la salud. Si te dices a ti mismo que tienes miedo en lugar de decirte que estas estresado, tienes más probabilidades de tener interés en saber en qué consiste ese miedo.

Tal vez te interesa saber si tu vida está dominada por alguna de esas emociones que conforman lo que comúnmente se entiende como sufrir estrés y te preguntas cómo saberlo antes que las consecuencias sean nefastas para tu salud; te diré que compruebes si disfrutas con lo que haces, con tu trabajo, con tu ocio y con tu descanso, todo ello es un buen test para comprobar tu grado de estrés.

 

JOSE CANO

Soy psicólogo clínico, psicoterapeuta e hipnoterapeuta. Desde hace 27 años, trato los problemas psicológicos de los adultos. Mi orientación psicoterapeuta es ecléctica, aunque soy especialista en “Psicoterapia Dinámica Breve” (enfoque fundamental para entender y tratar los trastornos emocionales) y soy miembro de la “Sociedad Hipnológica Científica”.

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